Todos estamos acostumbrados a planificar.
Los profesores lo hacemos siempre. Distribuimos el contenido de nuestra asignatura a lo largo de todas las semanas del año escolar para luego reflexionar y decidir qué, cómo y por qué impartiremos cada unidad, cada clase. El saber qué actividades y proyectos vamos a desarrollar desde el primer día, nos hace sentirnos muy seguros y confiados.
La mayoría hemos estado acostumbrados a escribir esa visión global de lo que será el año escolar usando lapiceros de varios colores y aunque actualmente la planificación escrita se ha visto sustituida por los medios digitales, hay a quienes aún nos gusta tener un cuaderno con esos apuntes.
Pero planificar no es sólo de profesores.
A todo el mundo le gusta hacer planes. Y en estas fechas, al iniciar un nuevo año, cada uno piensa y escribe sus propósitos y metas. Solo que este año parece diferente. Nos asaltan las dudas, ¿valdrá la pena hacer planes? ¿se podrán cumplir?
Aunque siempre hemos convivido con la inquietud de qué podrá pasar, hoy ese cuestionamiento se hace más intenso. Los últimos meses han sido de constantes cambios, improvisaciones e imprevistos y esto nos ha hecho más vulnerables a la incertidumbre.
Sin embargo, a pesar de todo, definitivamente tenemos que escribir la meta que queremos lograr. Lo que hoy, para alcanzarla, el camino lo tendremos que escribir con lápiz, para poder ir ajustándolo según la realidad de cada momento.
Y esa es una de tantas lecciones aprendidas en estos momentos que vivimos. Saber que en cada minuto las cosas pueden cambiar, que hay que estar prestos a hacer ajustes y a adaptarnos a lo que cada situación demande, dispuestos a borrar y reescribir. Porque al final, lo importante es no detenernos y seguir avanzando con optimismo y esperanza hacia ese designio que nos ilusiona.