by Profe Nelly Profe Nelly

Educar a los hijos implica acompañarlos en el camino de la vida, y ese acompañamiento no siempre es sencillo.

A muchos padres y madres les cuesta establecer límites, temen ser demasiado duros o caer en el autoritarismo. Ese temor, sin darse cuenta, puede abrir la puerta a dos extremos igualmente dañinos: la sobreprotección y la permisividad.

¿Qué entendemos por sobreprotección?

Es la actitud de quienes, movidos por el deseo de evitar que sus hijos sufran, se adelantan a resolverles cualquier dificultad. Son los padres que completan las tareas escolares, llevan al colegio lo que el estudiante olvidó en casa, intervienen en discusiones entre compañeros o buscan siempre “ahorrarles problemas”.

Aunque parte de la intención es el cariño, el resultado es negativo: los niños y jóvenes pierden la oportunidad de resolver los problemas por sí mismos, dejan de experimentar, y se les dificulta aprender a tomar decisiones y asumir consecuencias. A largo plazo, esta práctica debilita la autonomía y la responsabilidad.

¿Y qué pasa con la permisividad?

El otro extremo es no poner límites claros. Se cede a todas las peticiones, se minimizan los errores y se evita decir “no”. Esta postura, que puede parecer tolerante, termina confundiendo a los hijos haciéndoles creer que no existen reglas o que las normas se pueden negociar siempre.

En ambos casos, sobreprotección o permisividad, se obstaculiza el crecimiento integral de los niños y de los adolescentes. La tarea educativa, por tanto, consiste en encontrar un equilibrio: acompañar sin sustituir, orientar sin controlar, corregir sin autoritarismo.

Cinco puntos para reflexionar en familia:

  1. El valor del “no”. Cuando los padres deciden algo, el “no” debe mantenerse. No es negociable. Enseñar que algunas cosas exigen esfuerzo o que no siempre se puede obtener lo que se quiere es una lección de vida.
  2. Coherencia y ejemplo. Los hijos necesitan límites claros y estables. Más que las palabras, lo que educa son nuestras acciones, actitudes y conductas cotidianas.
  3. Cumplir lo que se promete. Cada promesa incumplida, cada amenaza no realizada, debilita la autoridad de los padres. La coherencia fortalece la confianza.
  4. Escuchar a los hijos. No basta con pedir que nos escuchen; ellos también necesitan sentirse oídos. La escucha atenta genera vínculos de confianza y abre caminos para la comunicación.
  5. Paciencia con los procesos. Ningún logro verdadero se consigue de inmediato. Educar también es enseñar a esperar, a valorar el esfuerzo y a crecer en ambientes que transmitan calma y confianza.

En el Colegio Amador creemos que educar es acompañar con amor, firmeza y equilibrio. Ni la sobreprotección ni la permisividad forman adultos responsables; en cambio, el diálogo, la coherencia y la confianza sí construyen personas autónomas, solidarias y capaces de transformar positivamente su entorno.