Las emociones forman parte de nosotros e influyen en todos los procesos creativos.
Diariamente tomamos decisiones ante un problema, contexto o reto. En esos momentos, estamos accionados por nuestra creatividad, esa capacidad que tenemos de generar ideas para adaptarnos a situaciones nuevas o desconocidas.
Nacemos dotados de creatividad y esta se fortalece o debilita en la medida que crecemos, teniendo en cuenta cómo nos relacionamos con nosotros mismos y con los demás. Sabemos que las emociones forman parte de nosotros y ellas van a influir en todos los procesos creativos que desarrollaremos en nuestra vida. La creatividad no es exclusiva de los artistas o científicos; todos, al tomar una decisión, estamos siendo creativos y, en estos casos, las emociones son determinantes.
Un niño pequeño explora su juguete, busca formas para llegar al objetivo que desea sin importarle cometer errores, sin temor a ser criticado o cuestionado. Al crecer, los adultos que le rodean le condicionan a seguir el camino conocido y a rechazar la posibilidad de explorar nuevas vías. Es entonces, cuando el miedo al fracaso se hace latente y comienza el proceso de lentificación de la creatividad innata con la que llegó a este mundo.
Es muy importante que los niños y jóvenes acrecienten la creatividad. El desarrollo del pensamiento creativo tiene que ver con el tipo de pensamiento que se ha adiestrado desde la infancia, ya sea convergente o divergente. Un pensamiento divergente es el que contempla varias posibles soluciones a un mismo problema y considera varios caminos hacia la solución. Esta forma de pensar y de afrontar la búsqueda de soluciones desarrolla la creatividad del individuo y le facilita alcanzar nuevas ideas y conceptos. Lamentablemente, en nuestro afán de ayudar a nuestros hijos a encontrar el camino hacia la solución de conflictos, no les damos la oportunidad de que lo procuren por sí mismos y, en el peor de los casos cuestionamos, ridiculizamos o menospreciamos sus intentos. Esto definitivamente es una práctica que debemos eliminar.
Las emociones están presentes en toda nuestra vida y la creatividad también tiene un efecto emocional. Es algo valioso que aporta bienestar personal y social. Cuando se trabaja de manera creativa se estimula la felicidad, el placer de alcanzar una meta, la satisfacción de encontrar una solución. Y aunque no lleguemos a una respuesta acertada y nos invada el enojo o el miedo, entonces aparece la motivación para revisar las acciones una vez más, considerar qué se ha hecho mal, reorganizarnos y volver a intentarlo.
Esto debemos tenerlo en cuenta con nuestros hijos. Es lógico que se sientan frustrados si no les están saliendo las cosas bien. Ese es el momento de estimularlos, no de facilitarles la solución. Es el momento de ayudarles a reflexionar, sin juzgarlos. Y si han concluido un trabajo, es muy valioso reconocerles el esfuerzo, hacerles sentir la satisfacción del momento, sin exagerar los elogios, sin criticarles el resultado, sin comentarios que destruyan el espíritu creativo.
Aunque quizás nosotros no seamos muy creativos e innovadores, tenemos que poner todo nuestro esfuerzo para que nuestros hijos sí lo sean. Por eso, tenemos que estimularles el amor por la resolución de problemas, la búsqueda de ideas originales, el desarrollo de la imaginación y la creación de formas interesantes para pasar el tiempo libre. Dediquemos tiempo juntos para aprender a ver cosas extraordinarias en las cosas cotidianas y en el proceso, todos fomentaremos nuestras capacidades para adaptarnos a situaciones nuevas y desconocidas.