La inteligencia emocional nos permite alcanzar una convivencia más armoniosa.
Las emociones son respuestas de nuestro organismo ante los estímulos que recibimos de nuestro entorno o de nosotros mismos. Tienen un papel importante en nuestra forma de reaccionar, interactuar, aprender y entender el mundo.
En nuestra vida, experimentamos miedo, enojo, alegría, tristeza, desagrado, sorpresa, sin que podamos evitarlo. No obstante, las acciones que desencadenan esas emociones, sí podemos controlarlas y para ello necesitamos de un aprendizaje que comienza en las primeras edades y continúa a medida que crecemos. Esa es la inteligencia emocional: reconocer las emociones, armonizar pensamiento y emoción, y desarrollar la capacidad de regular las acciones que devienen de ellas.
Hoy se sabe que nuestras emociones determinan el aprendizaje. Según sea nuestro estado de ánimo, recordaremos y memorizaremos más o menos. Si estamos enojados o con miedo, nuestras capacidades para fijar la atención y aprender es limitada. ¿No nos ha pasado que durante una situación donde experimentamos emociones fuertes no podemos percibir con exactitud los detalles que ocurren? También, si estamos viviendo un momento de felicidad o euforia, nuestras capacidades intelectuales se limitan. De ahí, esa frase que se ha hecho popular: “el amor es ciego”.
No es que las emociones nublen nuestros pensamientos, sino que tenemos que estar conscientes de que interpretamos la realidad a partir de cómo nos sentimos. Ya se ha podido comprobar que algunas emociones sirven para determinados propósitos durante el aprendizaje; por ejemplo, crear un ambiente que provoque sorpresa al introducir un contenido en clase, motiva e incentiva el interés de los estudiantes por aprenderlo.
Saber todo esto es muy importante en las relaciones con nuestros hijos. Cuando ellos están tristes o enojados, necesitan su espacio para reflexionar sobre la emoción que están experimentando. También, como nosotros somos el modelo que ellos siguen, tenemos que aprender a identificar nuestras propias emociones y a compartirlas. Es saludable decirles cómo nos sentimos y pedirles que empaticen con nosotros. Todos juntos tenemos que aprender a detenernos, serenarnos, pensar, expresarnos, interpretar las emociones que sentimos y que sienten los demás, buscar soluciones y considerar las consecuencias de nuestro accionar de antemano.
Pongamos esta situación: después de discutir con nuestros hijos camino al colegio llegamos a nuestro trabajo irritados. Entonces, es posible que tomemos decisiones equivocadas y puede que hasta lleguemos a responder inadecuadamente a nuestros compañeros. Esto es solo un caso. Todos podemos ejemplificar muchísimas otras situaciones donde nuestras emociones rigen nuestro actuar y nos llevan a conductas no deseadas, las que pueden evitarse con un momento de reflexión, autocontrol y cooperación.
El impacto que como padres tenemos en nuestros hijos es extraordinario y, si somos emocionalmente diestros, nuestros hijos lograrán canalizar y dominar sus propios sentimientos y entender los de los demás; porque entender las emociones y aprender a manejarlas adecuadamente es precisamente desarrollar nuestra inteligencia emocional para permitirnos alcanzar una convivencia más armoniosa.