¿Cuántas veces hemos experimentado alegría ante un determinado estímulo o situación?
Esa sensación placentera, transitoria, más o menos intensa que nos hace sentirnos tan bien es una emoción que se convierte en un sentimiento perdurable en el tiempo y nos convierte en personas positivas u optimistas. La felicidad y el optimismo van de la mano. Sentirnos felices sin importar cómo es la realidad que nos afecta depende en gran medida de cuánta fortaleza tenemos para seguir adelante cuando las cosas no son como quisiéramos que fueran.
Es importante que valoremos la necesidad de gestionar la alegría y el optimismo en nosotros mismos y en nuestros hijos. Esta es una forma de aprender a apreciar lo que se tiene y luchar por alcanzar un futuro deseado.
¿Cómo podemos contribuir a gestionar estos valores en nuestros hijos?
Lo primero es crear un ambiente seguro, tranquilo y sin conflictos. Evitar expresar, delante de ellos, ideas negativas, críticas, quejas y rechazos. Para ser optimistas hay que sentirse seguro de sí mismo y tener una autoestima adecuada. Hacer que la convivencia en familia sea placentera, hacer chistes, cantar, oír música, bailar, hacer bromas, provocar la risa, ver siempre lo positivo, no buscar la perfección, no compararse con los demás, evitar las angustias y las preocupaciones.
Cada día trae cosas valiosas que debemos aprender a disfrutar: un lindo amanecer, un cielo azul y despejado, un árbol lleno de frutos, un pájaro que canta en la ventana, en fin, miremos a nuestro alrededor con el corazón y hagamos que nuestros hijos lo vean con nosotros.
Enseñarles que al tratar de alcanzar una meta puede que transitemos por errores y fracasos. Y si ese es el camino, no importa; lo primordial es sentirnos acompañados, seguros, capaces y optimistas para con la estabilidad emocional necesaria reconsiderar las acciones y con un análisis crítico buscar las alternativas para alcanzar el éxito. Tengamos siempre presente que niños y jóvenes alegres y optimistas se forman cuando aprenden a buscar soluciones a los conflictos, cuando se concentran en lo que quieren y no en las cosas que les impiden obtener lo que quieren.
Definitivamente hemos experimentado la alegría en muchas situaciones, nos toca ahora gestionarla en el día a día y transmitírsela a los que están a nuestro alrededor, para que aprecien las cosas buenas que nos suceden.
¡Enseñemos a nuestros hijos a ser felices y que el optimismo los conduzca al éxito!